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¡Adiós, tristeza!

¡Adiós, tristeza!

 

Año de (des)gracia de 1994. Todavía no sabía yo que el curso siguiente y algunos más los pasaría en Amposta, donde mi irían las cosas mucho peor... Mi despedida de Josep, con quien tuve una intensa relación que duró cosa de cuatro meses, fue algo melodramática, como todas las despedidas de mis "difuntos" (en tiempos llamaba así a mis ex, jajaja).  Eso del mutuo acuerdo y de quedar "como amigos" como que no es tan fácil, a la hora de la verdad, habiendo tantos sentimientos de por medio... Claro que por entonces tenía yo mucho que aprender, muchísimo más que ahora. Total, que había preparado un breve parlamento y le compré, en un "chiringuito" de la estación de autobuses de Tarragona, una cadena de plata con un corazón hueco, y al darle el obsequio le dije "toma, para que lo llenes de lo que quieras... de amistad, o de olvido".  El muy pijo, conociéndole, lo llenó de orgullo, probablemente, jajajaaa  Para mí (aunque no soy muy dado a llevar colgantes ni cosas por el estilo) me compré una cadena, también de plata, con el corazón partido, igualito que el de la foto... y recuerdo que le dije a la vendedora: "Me la compro para mí mismo, porque no tengo quien me la regale".  La buena mujer, de unos cincuenta y tantos años de edad, se me quedó mirando y me dijo, entre emocionada y convencida: "¡Ay, hijo! ¡Ya encontrarás quien te quiera!".  Yo repliqué, sin entusiasmo: "Sí, quizá sí...", pagué y me fui con la cabeza gacha.

Como diez años más tarde, de nuevo en Reus por esos avatares de la vida, tenía planes de boda con ... ¡parece mentira, ahora me cuesta recordar su nombre! ¡Ah, sí... Ricardo! "Richi" para los amigos.  Después de casi un año de relaciones con el mozo, llevé con muchísima ilusión un anillo de compromiso, pero se nos rompió el amor y terminé malvendiéndolo en una casa de empeño de Tarragona, más que nada por deshacerme de él y de los recuerdos que conllevaba.

Hoy buscaba una ilustración, no de un corazón partido, que no es el caso, afortunadamente, sino más bien de dos corazones que comparten cosas, y he elegido la imagen superior porque jamás he olvidado ni olvidaré las palabras de aquella buena mujer del chiringuito de la estación de autobuses de Tarragona, cerrado desde hace ya años.  Tampoco me hacen falta colgantes ni cadenas... ni anillos, ni que nadie me regale ni me prometa nada.  No son obsequios materiales los que anhelo y necesito. Nunca han ido por ahí los tiros, en mi caso.

Pero sí sé que esta vez he encontrado a un hombre muy especial, muy tierno y rico de espíritu.  O él me encontró a mí, no sé lo que sucedió primero, pero coincidimos en unas hermosas coordenadas y aquí estamos, afortunadamente.  Todavía no sé muy bien en qué batallas ha participado este chicarrón... ni cuáles está librando, consigo mismo y con los demás, en la senda de la vida, ni menos todavía cuáles le depara el futuro, pero espero estar a su lado para descubrirle y descubrirlas a su debido tiempo y crecer y avanzar juntos.  Que el tiempo y el espacio (si es que existen) hagan el resto, o las circunstancias, o la vida misma, o quién sabe... sin etiquetas, sin ataduras, sin obligaciones prescritas por los cánones al uso.

¡Y pensar que esta retahíla se debe a que he estado revisando las entradas de mi blog, querido Félix!  Blog que nació tras tu visita, cariño, a la semana, aproximadamente, de tu partida.  El germen del pedacito de tu corazón que me dejaste en custodia sigue vivo, muy vivo, a este lado de la península.  Yo diría que ha ido creciendo, fíjate... y ha obrado maravillas.  Desde que te conozco me siento feliz, interiormente más rico, mucho más sereno y sosegado, y eso sí que es un portento.  Y no tienes que hacer nada, sólo ser (como eres) y estar (si quieres, cuando quieras, cuando puedas...)  ¡Te quiero, hermoso!

 

 

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